El olor a leche hervida humeando en la cocina, la vieja aún no abría la persiana para recibir al sol.
Desde la cinco la hija había sentido los murmullos del gentío y el rechinar de los fierros del portón si alguno se apoyaba más de la cuenta. Era el día de la Virgen y en el campito frente a la casa rezaban un rosario.
Los teros vigilaban con una pata en el aire. El perro no.
Envuelta en el poncho de su madre, Consolación repartió estampitas y alguna vara de incienso a los presentes. Vuelvan más tarde dijo a dos o tres que venían con niños.
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