martes, junio 22, 2010

23


Todo estaba más verde ahora. Hasta la sombra de los aloes proyectaba una silueta verdinegra y las calas irradiaban un blanco cegador. Los teros se habían retirado al límite de la huerta, desde allí veían ensancharse la fila de pedir número.

Los perros merodeaban entre la clientela esperando un pedazo de pan o el resto de alguna vianda.

Consolación repartía los turnos de manera caprichosa y a pesar de la injusticia nadie se animaba a contradecirla.

Griselda sabía que era inútil madrugar, argumentar que se hacía tarde para llevarme al colegio, a nosotros siempre nos tocaba el 23.

Ir a lo de Doña Berta también significaba faltar a la escuela, pasar la tarde entre los canteros buscando vaquitas de san Antonio o juntar vainas de caldén para hacer collares.

Odiaba por ese entonces la escuela de las monjitas y Consolación que era mi mejor amiga debía de saberlo. A cambio de ese número yo le llevaba caramelos mediahora y los moños de cinta rosa o blanca que mamá me ponía en las trenzas para ir al catecismo.

viernes, junio 18, 2010

consolación


Ladraron los perros toda la noche. Era un ladrido plañidero, de ánimas sueltas que llegaba confundido con el viento y el oleaje de las ramas. Anima bendita tuve un isquión de manto negro interpeló Doña Luisa a las sombras que amenazaban la esquina del rancho. Un relámpago silueteó la mesa, el relicario. ¿Dónde puse el cuchillo? El primer hueso lo encontré enterrado en el jardín.

Un traqueteo de madera, de eje mal untado en el sulky se aproximaba ahora desde el oeste. Los vio venir entre la lluvia, la mujer encinta y moribunda, el hombre desconfiado y el peón que la llevaba en andas como quien carga una desgracia.

Nos dejan solas rugió Luisa y miró a su discípula con amargura. Los hombres se retiraron a la pieza contigua.

Fue la sangre, el sudor frío que bañaba los cuerpos de ambas mujeres. A Doña Luisa le habían crecido las manos, Berta veía en su fiebre la sombra protectora en las paredes familiares, el Cristo, el sanbenito, los huesos de sanar. Puje y no abandone ahora mijita, tuve un isquión de manto negro el primer hueso lo encontré enterrado en el jardín.

En medio de la tormenta desatada escucharon alejarse el sulky, María Berta supo que no habría un padre y decidió vivir.

La criatura nació a las dos de la mañana del día de san juan.

jueves, junio 17, 2010

mapplethorne



Te conmueve la belleza muerta

los museos, las glorias del pasado

aquella película que viste cuando chico con tu padre

la piel húmeda de una desconocida en mil nueve ochenta y seis

cosas así

ahora que su sombra no vigila tus pasos

la libertad es excesiva

y todas las jaulas se parecen




sábado, junio 12, 2010

la estación de los rosales


La estación de los rosales decía la abuela y yo me imaginaba trenes de rosas, ramos perfumados en los andenes mientras el abuelo agitaba las banderas del cambio de vías.

Consolación tenía un escondite detrás de los galpones donde guardaba sus tesoros. Nos escabullíamos pasando a través de los alambres, una pierna primero, una contorsión del cuerpo y la otra finalmente evitando las púas o los abrojos que nos ponían frente al límite; la extensión amarilla y desconocida del campo.

En el refugio, una especie de cueva entre dos piedras y un sauce. Oficiaba de mesa un carrete de cables, mientras raídos almohadones de pana azul conformaban el resto de la decoración. Una lata de galletas de previsible procedencia contenía los sagrados ungüentos. Ignorábamos el significado de esa palabra pero era lo suficientemente oscura para ser la indicada.

El rito cambiaba según el ánimo de la hija que dentro de la cueva se hacía llamar Estrella.

Encendíamos tres velas. Nos soltábamos el pelo y rezábamos el Salve hasta quedarnos desnudas. Desnudas y brillantes. Luego la pasta verde nos recorría los muslos, las caderas. Ella me frotaba como si preparara a un muerto, la pasta oscura olía vagamente a menta, ese ardor dulce.

La respiración espesa, la uñas asidas a la espuma del almohadón.

Estrella cantaba con gorjeos o silbidos de calandria y luego se emocionaba y estallaba en llanto. Lloraba y se reía, ahora sos santa me decía. Marcaba mi hombro con sus dientes, yo la besaba en la boca y las dos nos vestíamos en silencio.

jueves, junio 10, 2010

primera vez


La pata abichada de una vaca a punto de parir fue el motivo que la llevó a Berta por primera vez a Las Mercedes. Era María Berta entonces y usaba sólo el primer nombre con una modesta coquetería. No pasaba los veinte años y ya hacía algunos encargos de Doña Luisa que seguía recibiendo gente pero ya no salía de su casa.
El Laucha, que era baqueano, la llevó a caballo por el camino que bordeaba la laguna. Hasta aquí llego, tendrá que entrar sola pues el patrón no gusta de visitas, dijo de pronto, y le señaló un sendero entre los tilos que la llevaría a la tranquera principal.
Amanecía y el vuelo bajo de una calandria hacia el este le dio señales de que ese día estaba destinado.
El la esperaba en la entrada de la casa, no la imaginaba tan joven dijo sin pensarlo y la guió con una linterna entre los pastizales.
La vaca, echada en un establo limpio y en penumbras. La peonada en el tambo con los otros animales.
Estamos solos, voy a necesitar su ayuda, dijo ella.
El se arremangó la camisa.

el baño


Con la lluvia se anegó el patio y los teros se refugiaron bajo la parra. Una gota caía lenta y continua por la pared celeste y Berta decidió levantarse. Cuando el diluvio amenazaba con seguir y a pesar de las salamandras todo era humedad, se estaba mejor en la cocina.

Con ellas no se cuenta después del baile pensó al pasar por la pieza de las ayudantas. Las tres dormían en un solo jergón de lana limpia y aún se respiraba en el aire el perfume barato de los maquillajes.

Ay mi dulce amor ese mar que ves tan bello, la voz de Consolación la hizo detenerse y espiar a su hija tras la cortina de género.

Estaba desnuda y había repartido el agua del baño en cinco o seis recipientes sobre el piso de madera. Las ollas bullían sobre el fuego y el vapor subía como la música. En las ventanas que el vaho había convertido en pizarras había peces y flores.

Ella hacía burbujas de jabón blanco y las conservaba entre sus manos como si fueran ángeles caídos.

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en casa de olga (toay)