No es lo que miras sino cómo lo miras le había dicho su padre entonces
cada hilo de sol dibujaba en la vereda de la plaza mariposas o espirales.
Iba como suspendida en el aire de septiembre, llevándose por los sentidos, un jazmín del país allí, un niño jugando a la rayuela allá cuando lo vio.
Un naipe algo ajado desde el que sonreía la Reina de Corazones, decidió llevarlo consigo tal vez diera buena suerte, tal vez alguien le estaba marcando una señal.
Y fue esa noche, que no se decidían a salir pero finalmente salieron. Estaba cerrado el bar de siempre y optaron por otro tres calles más arriba.Vero bebió demás y le tiró la cerveza en la cara a un tipo y tremendo lío, Mariel se peleó con Luis y finalmente Ana se quedó sola.
Era ese momento de la noche en que por ley general y botellas vacías apiladas en los rincones todos reían y bailaban con cierta compulsión.
Ana escribía y la dama de rojo parecía sonreír desde su minúsculo universo, sabía que dos mesas más allá Julián sólo esperaba el momento en que ella terminase su poema.
Ajena, ella desandaba sus siete años de matrimonio, las ilusiones diluidas en la rigidez del rol familiar, los hijos pequeños, el exilio de sus amigos, de su antigua libertad.
No podía saber del humo que tejía frente a sus ojos, ni del espejo a punto de quebrarse ahí tan cerca de su corazón.
martes, junio 14, 2005
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en casa de olga (toay)
2 comentarios:
wow (....)los espejos quebrados nunca son compañía, sólo engaño.
lo adoré mar...
si lau! no podía saberlo ana, ni yo...ni la reina de corazones...ja
beijo!
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