lunes, enero 29, 2007

definición por descarte


Un laberinto no es una casa.
Una casa alza sus paredes defendiendo el territorio, las fijaciones cotidianas en las que se instalan nuestras angustias.
Una casa es la cultura del sacrificio, el olor a comida, los pasos rancios de la abuela arrastrando el bastón.


Perro que levanta la pata sobre los viejos muebles (los sillones renguean, el pasado tiene una pata floja y un tapizado corroído por esperas nocturnas y mudanzas)


La casa es en los libros de lectura una madre que teje, un padre que lee cuentos junto a la estufa y un gato arrollado sobre la alfombra. Pero los felinos no son de fiar y nada decían los silabarios sobre la urdimbre de quien tejía desesperación y tedio en esa tarde de bucólica estampa.


Una casa no es un laberinto aunque puede desarrollar veloces ramificaciones invisibles que impidan el alejarse demasiado. Y habrá que romper las voces sin piedad alguna, pintar la heladera de fucsia, despojarse, limpiarse con vinagre.


Los sin casa tuvimos que mentir en todo, pulir el brillo de los abolengos, prometer horas extras para ser merecedores de esos respiraderos que invitaban al suicidio. Pagamos caro la osadía de la errancia, la brevedad de nuestras decisiones.


Una casa es la maqueta de vidrios esmaltados pagada con astillas de carne.


El resto es laberinto.

1 comentario:

DAMIAN MASOTTA dijo...

Es maravilloso Mary, me alegra que tu aparato sensitivo esté cerca de mí.

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en casa de olga (toay)