miércoles, junio 15, 2011

Proyecto Nautilus / 60



El Pez (Elizabeth Bishop)




Pesqué un tremendo pez

al costado del bote,

con mi anzuelo clavado

en una esquina de su boca.

No peleó

No tenía que hacerlo después de todo.

Colgado, gruñía pesadamente.

Espasmódico, venerable

y sin atractivo. Aquí y allá

su piel marrón colgaba en tiras,

al igual que empapelado antiguo.

Y su figura marrón oscura

era como empapelado

con aspecto semejante al de rosas todas rendidas

y descoloridas por el transcurso de las edades.

Era un percebe* salpicado;

fina roseta de lima

e infestada

con un pequeño y blanco piojo de mar.

Y debajo dos o tres

retazos de yuyo verde colgando

mientras sus branquias –las aterrorizadas branquias-

respiraban el terrible oxígeno,

con sangre fresca y crujiente

que podía cortarlo tan mal.

Pensé en la blanca y áspera carne

comprimida como plumas.

Los grandes huesos y los pequeños huesos;

los dramáticos rojos y negros

de sus brillantes vísceras

y el rosado saco membranoso

como una gran peonía.

Lo miré a los ojos

que estaban tan grandes como los míos,

pero debilitados y amarillentos...

Los iris apoyados y empaquetados

con descolorida aleación,

buscaban a través de las lentes

de vieja micas raspadas.

Esto se pareció más al titilar

de un objeto cuando refleja la luz.

Admiré su cara malhumorada;

el mecanismo de su mandíbula.

Y entonces vi

su pequeño labio.

Podrías llamarlo un labio

rígido, húmedo y parecido a un arma.

Cuatro o cinco piezas viejas

Colgando de la línea de pesca

y un cable guía con el pívot adjunto

a sus cinco grandes ganchos que

crecían firmemente en su boca.

Una línea verde peleando hasta que al final

donde él se quebró en dos líneas pesadas

y un delgado hilo negro

permaneció enredado por el esfuerzo y el chasquido

cuando se quebró para dejarlo escapar.

Como medallas con sus cintas

luchando y moviéndose,

una barba con cinco pelos de sabiduría

que se arrastraba desde su dolorida mandíbula.

Lo observé y observé.

Y la victoria llenó

el pequeño bote alquilado,

desde la pileta de la sentina

donde el arco iris del aceite estaba derramado

alrededor del motor oxidado,

hasta la oxidante carga de naranjas.

El sol atravesaba y partía con sus cuerdas

las horquillas de la borda –Antes que todo

fue el arco iris arcos iris arco iris

Y dejé a los peces ir.

2 comentarios:

Silvia Castro dijo...

Muy buena tu foto de pez, amiga

vaya un abrazo a tu isla

marisa negri dijo...

gracias lindísima

espero verte pronto!

besos miles!

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